lunes, 8 de mayo de 2017

EL VAGO CON FAGAS DE SOL

- ¿Quién es ese tipo tan raro? Nunca lo he visto por aquí.- pregunta Montoya al camarero picado por la curiosidad, refiriéndose al tipo con gafas de sol acodado sobre la barra.
- ¿Ése?- le responde el barman con un grosero movimiento de su ciclópea testa en la dirección en la que se encuentra el tipejo extraño.
- Sí, joder, ese tipo extravagante, el que lleva puestas unas gafas de sol en un bar por la noche. ¿Qué más tíos raros ves tú alrededor? Además, ¿qué diantres está tomando?
- Johnnie Walker con bio- solán.
- ¡Pero qué mezcla es esa! ¡Qué extravagancia!
- No le hagas caso. Ese tío es un vago.
-¿Un vago?
-Sí. Uno de esos que subsisten gracias a la caridad y las limosnas de la gente que se apiada de su desdicha y que repugna el trabajo. ¿No ves qué pinta me trae? Greñas grasientas, barba sin afeitar, ropa hecha jirones, gafas de sol.
- Cierto. ¡Vaya un tío guarro! ¡Échalo del bar! Venga, échalo. ¿Por qué no lo echas? ¿Eh? A mí es que me está dando asco beber con él ahí enfrente. O mejor aún. Llama al comisario y que él solucione este problema, porque, ¿cuánto tiempo hacía que no veíamos a un vago en esta ciudad? Dime, ¿cuánto?- Montoya hace un ademán con la mano al camarero para que le sirva otra copa.
- Puff. Esos vagos fueron una lacra. Ponzoña, miembros gangrenados que había que cercenar para proteger la salud de la ciudad- en el ínterin le ha servido a Montoya su cubata-. Miserables holgazanes, ¿qué se han creído?, ¿qué se puede vivir parasitando al currante, chupando la sangre al sistema que los acoge?
- Amén a eso. Vagos del mundo, trabajad como hace un ciudadano modelo, un hombre de bien. ¿Por qué se apiadan de ellos cuando ninguno de estos rufianes se ven abrumados por el pago de la onerosa hipoteca del idolatrado piso residencial ni asaeteados por cartas que los bancos remiten periódicamente informándote de los compromisos adquiridos que tienes que solventar? ¿Sólo porque cubran sus cuerpos famélicos con andrajos y ruegan con voz lastimera una limosna merecen la compasión del resto de personas? Entonces, ¿quién se apiada de mí, que me levanto día sí día también, como un auténtico imbécil, a las siete de la mañana, aguanto un trabajo y a un jefe que detesto y trago más y más mierda que ni quiero ni debo ahora recordar aunque se me pase por las mientes, para no amargarme el único momento de tranquilidad que tengo antes de llegar a casa y deprimirme aún más, dime, ¿quién demonios repara en mis zozobras? Las agencias de viaje, por supuesto, al acecho en la red para venderme unas vacaciones de diez o quince días donde leches sea porque como un campeón derrotado he logrado una victoria pírrica. Esa y otras chorradas de la misma índole son la recompensa al trabajo diligente de todo un año. Fruslerías, en definitiva.
- Caramba, Montoya, te noto lúcido esta noche. ¡Qué perspicacia la tuya! Yo siempre he recibido las vacaciones con un fuerte abrazo salobre en la playa.
- Sí, sí. ¡Eh tú! ¡Sí, tú! El de las gafas de sol. Te invito a un trago.

         El tío de las gafas de sol alza la copa en ademán de agradecimiento, asiente y sonríe. El solícito camarero, es un profesional y no debe hacer distinciones entre sus clientes, pone otra copa de whisky y zumo de naranja delante del vago.

- Quiero ser un vago. Ponme otro trago, anda.
- Pero qué dices, Montoya. Eso son los vapores del alcohol.- afirma el camarero jocoso.
- Cáspita. Me está empezando a caer bien ese tipo. ¡Eh, tú! ¡Brindemos! ¡Por los pardillos como yo!

         El vago ríe y vuelve a alzar la copa, echa un trago, estornuda, caramba está fuerte el cubata, eso es que el barman ha sido generoso. Tiene el rostro contorsionado, crispados sus músculos, ceño fruncido, no obstante, al carajo, está de arte.
- ¡Vivan los vagos!- vocifera Montoya con voz etílica-. ¡Viva su flema!- El vago enarca las cejas estupefacto ante la espontánea reacción de su interlocutor y escupe al suelo para luego proferir un -“¡Viva!”- jovial. El barman, que contempla la escena, reprende al vago por su actitud y lo amenaza con expulsarlo del local blandiendo el puño en el aire, exasperado, con el rostro desencajado rojo como un tomate. Sin embargo, Montoya intercede por el vago restableciendo la paz, no obstante, como no puede contener su risa acaba sacando de quicio al barman que le espeta un, -“¡Que te jodan!”-, que provoca una explosión de hilaridad en Montoya.
         En el ínterin, el vago se ha descalzado y colocado su mugriento pie derecho sobre la barra límpida y con un palillo mondadientes quita la roña adherida a la comisura de las uñas, largas y afiladas como garras de gavilán, y negrísimas como una noche cerrada, sin estrellas, de cielo encapotado. Siendo así, en precario equilibrio sobre el taburete pierde la estabilidad dando con sus huesos y el taburete en el suelo, llamando la atención del camarero, sobresaltado por el estruendo causado por la caída, que esta vez sí se dispone a echar al vago de su bar. Pero en ese momento entra el comisario en el café, retira con gallardía y desenvoltura la cortina que hay en la entrada y su presencia apacigua los ánimos del barman, que refrena su ira y recibe con exquisita educación a uno de los gerifaltes, al que saluda y sirve su pacharán, exhibiendo una actitud tan sumisa y dócil como repugnante, si cabe más miserable que la presencia del vago.
        
- ¿Cómo va la cosa?- inquiere el comisario, a la vez que observa al vago incorporarse en su asiento con mirada inquisitiva-. ¿Quién es usted, joven? ¿Nos hemos viste alguna vez? ¿De dónde viene?
- Tranquilo, jefe. Enfunde su pistola. Sin querer puede disparar sus balas, alcanzar mi cuerpo exhausto y herirme de muerte.
- ¡Qué dice!
- Soy un estudiante recién licenciado que ha iniciado la peregrinación del guerrero.- dice el vago riéndose a mandíbula batiente en la cara del comisario, al que salpica con gotitas de saliva desprendidas de sus labios trémulos por la risa.
- ¡No me tome el pelo, soplagaitas!- responde airado- ¿Sabe usted quién soy?
- Algún mandamás deduzco por la actitud tan canalla de éste.- señalando con el dedo pulgar al camarero-. Chismoso y maleducado, me permito añadir.
- ¡Jamás he visto tamaña osadía! Pero, ¡cómo se atreve mequetefre!
- ¿Acaso le he dado motivos para que se dirija a mí haciendo uso de ese vocabulario tan soez? Estoy sentado en este viejo y quejumbroso taburete sin importunar a nadie, a mi aire, bebiéndome tranquilamente esta copa, solo y, entonces, aparecen ustedes asaeteándome con preguntas impertinentes, me gritan, me insultan y se mofan de mí. Por tanto, ¿no soy yo, quizá, el que debería estar molesto o enojado?
- ¡Qué dislate! ¿Han oído bien, buenos señores? Recibiendo lecciones de urbanidad de un miserable vago. ¿Cuál es su actitud ante la vida? Yo se lo diré. Ninguna.- El vago finge sorpresa con una mueca burlona-. Es usted un paria, un personajillo sin ambición alguna para quien la vida supone una carga que es incapaz de soportar. Un despojo humano, una aberración de persona. ¿Sabe que con que yo quisiese podría hacer que esta noche pernoctase en una sórdida celda de la comisaría, de modo que así, jovencito ingrato, bufón sin techo que se burla de la hospitalidad de nuestro pueblo, aprendería a respetar a la autoridad? Por cierto, ¿ejerce su derecho al voto?
- ¿Que si voto? ¿Y a qué viene eso ahora? Señor camarero retírele el pacharán al señor comisario y ofrézcale un zumo de tomate porque me temo que el alcohol le está afectando a sus funciones cognitivas y éste no es el primero que se echa al coleto. O tal vez, y esta opción me parece la más prudente, hazle callar.
- ¡Diantres! Ahora sí que se ha excedido. ¡Enséñeme su documentación!
- No.
- ¿Cómo dice?
- Que nooooooooooo.- dice el vago burlón y arrojando al rostro del comisario una vaharada de alcohol. Y sentencia: - Borrachín.
- ¡Dios mío dame paciencia!
- Pídale al señor paciencia y que le quite el pedete que lleva.- y suelta el vago una carcajada.
- Joven… - golpea con el puño en la barra con fuerza hercúlea haciéndola vibrar, derramando los cubatas, toma aire pausadamente y lo expulsa con un profundo suspiro, entonces emite su sentencia: - Por…-, que es interrumpida.
- Señor comisario - interviene Montoya-, deje al joven en paz, no está haciendo nada malo. Además es amigo….
- Cállase Montoya y márchese a su casa.
- Pero….
- Faltarme a mí al respeto. En mi ciudad. ¡Oiga! No quiero vagos aquí. Mañana se habrá marchado. ¿Entiende? Si no haré que lo encierren por escándalo público.
>>Malditos vagos- murmura-. Me voy- dirigiéndose al camarero-, pues este joven indeseable ha conseguido soliviantarme.
- Adiós, señor comisario.- dócil se muestra el camarero al despedirse.
- Será gilipollas - asevera Montoya-. Se cree amo y señor de la ciudad.
- Ssshhhhhhhh. Por favor Montoya, usted no. Usted es un buen hombre. No hable usted así. Es el alcohol. Eso es, el alcohol lo ha poseído.

         El vago lo contempla todo estupefacto. “Fascistas”, piensa.

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