01.50. Veo en la televisión un programa picante
presentado por Lorena Berdún: “Si lo acaricias con dulzura el clítoris de la
mujer se agranda y se pone erecto. Para ello puedes usar la lengua o utilizar
la punta del pene (me estoy excitando), realizando movimientos circulares y en
espiral, arriba y abajo. Debéis pensar, chicos, que los genitales femeninos son
como un parque de atracciones, o teclas de un piano que muchos de vosotros
aporreáis sin sentimiento”.
02.01. Telefoneo a una compañera de la facultad
apasionada del baloncesto y le invito a ver el partido de la NBA en mi casa.
02.50. Libo el néctar azucarado de su sexo con mi
lengua- probóscide, labios trémulos de pasión hallan tesoros ignotos y placeres
ocultos en besos mimosos sobre su vientre cálido, su cuerpo se arquea y danza
convulso, frenético, el comentarista lo define como virtuosismo en el manejo
del balón; lozano alpinista de rostro rubicundo escalo por turgentes montañas,
dos bolas de fuego que abrasan, me detengo en la ladera, solazado en la
contemplación del paisaje, y lamo con fruición su contorno esférico. Corono su
cima carmesí mientras juego como el niño curioso mordisqueando los pezones con
una sonrisa traviesa en mi faz, y la contemplación de sus ojos verde- azabache
me instan a continuar con igual resolución, poseído por el espíritu del
romanticismo. El pianista toca una dulce melodía, mis dedos forman una T, el
proyectil de cuero gira en el aire trazando una parábola perfecta, horado su
sexo anaranjado haciendo vibrar la tupida e inextricable red nerviosa nívea que
inerva sus genitales.
03.15. Me dice que lo que más le gusta de mí es la
facilidad con la que encesto, que contempla ensimismada el movimiento oscilante
de la red con cada canasta anotada.
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