Sonó,
vibró y destelló el teléfono móvil tirado sobre el colchón de mi alcoba,
luminaria lechosa en medio de la más absoluta obscuridad, la estrella titilante
luce con brío en el firmamento y guía a los marineros en su odisea
transatlántica, la máquina tragaperras escupe su premio excitada entre una
orgía de sonidos estridentes y brillos extáticos y psicodélicos, el amante lascivo
acaricia la perla nacarada de su pareja con suaves movimientos circulares y en
espiral de la lengua y ella grita, gime, se convulsiona de placer, su sexo
húmedo, caliente, preparado e introduce su pene erecto, rosado, de cabeza
púrpura y embiste, bombea, se besan, eyacula y retira su cabello que cubre el
rostro de ella y la contempla, ojos verdes perfectos, hipnóticos, sugestivos,
la melodía cesa, la luz se apaga, era ella, el universo se enfría, las galaxias
se separan, ya huérfanas, nubes de polvo y gas solitarias en sempiterna
obscuridad glacial del universo, el cuchillo ensangrentado en el suelo de la
cocina testigo de mi intento de suicidio. Entonces, me asomé a la ventana de mi
dormitorio, vivía en un tercer piso, las vistas daban a una avenida que
circundaba un parque ciclópeo, en un banco un vagabundo bebía vino, chupaba de
una teta de cartón sorbos compungidos, el líquido púrpura le corría por la
comisura de sus labios, entonces retiraba el cartón de su boca y con el puño de
su camisa se limpiaba, observaba el cielo tachonado de astros centelleantes,
reflexionaba, brindaba con no se sabe quién y volvía a trasegar. Distinguía los
movimientos oscilantes arriba y abajo de la nuez en su cuello cuando tragaba el
vino, su ceño fruncido en respuesta al calor producido por el alcohol en su
pecho, su sonrisa desdentada, era capaz de intuir cada próximo paso suyo, cada
movimiento ulterior, como si él fuese yo venido del futuro. Escruté el
firmamento. ¿Cómo sería vivir allí arriba, en cualquiera de esas estrellas? No
supe qué responderme pero me emocioné. Decidí cenar, cociné un sándwich mixto y
agarré una botella de agua fresca de un litro que tenía guardada en el
frigorífico, lo llevé todo al comedor, me senté en el sofá, encendí el
televisor y comí flemáticamente, saboreando cada bocado, el frío fluir del agua
atravesando la garganta, refrescando la cavidad bucal, ayudándome a deglutir el
sándwich. La vida me parecía un rompecabezas irresoluble. La vida era cruel,
era egoísta, la vida no regalaba nada, siempre te quitaba lo más preciado,
tendía al caos, y el caos estaba organizado, diferentes personas mismos
síntomas: tristeza, pesar, vacío existencial, desamor, la burocracia del caos. Me
había mirado al espejo, un nómada beodo, un trotamundos embriagado, un mendigo
enajenado, un hombre solo, recuerdos ponzoñosos almacenados en una mochila
tumefacta y tumescente, sangre envenenada, cartones de vino, ebrios soliloquios,
anhelos de grandeza, de dicha, de felicidad escurridiza.
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