viernes, 1 de enero de 2016

SONRÍE PARTE 1

- Es la primera vez que ríes desde que te conozco.- manifestó Álvaro jocoso.
Aunque Antonio no se consideraba una persona taciturna sus amigos no creían lo mismo y raramente lo habían visto reírse a carcajadas. Cierto es que le encantaba bromear y hacer juegos de palabras pero el tono cómo pronunciaba sus chanzas hacía dudar a sus interlocutores sobre si se trataba de una broma o de un comentario de índole dramática. Antonio se jactaba del uso excelso del sarcasmo y así justificaba los malentendidos de sus compadres.
- ¿Lo dices en serio o te estás quedando conmigo porque ya no sé qué creer?- le espetaban algunos de ellos cuando conversaban.
No reía, de acuerdo, pero tampoco cabría definir su actitud de huraña. Nada más lejos de la realidad.
Por esas fechas Antonio conoció a una chica, era dos años mayor que él y estudiaba en la misma facultad donde él cursaba sus estudios de antropología. Se enamoró perdidamente de ella y, por fortuna, su amor extático fue correspondido, surgiendo entre ellos un fuerte vínculo sentimental. Sonreír ahora resultaba tarea fácil. Se besaban y reían o reían y se besaban. La risa formaba parte del ritual de cortejo y después de eyacular, Antonio, se echaba sobre la cama extenuado, su espalda húmeda empapando de sudor las suaves sábanas color añil, giraba la cabeza hacia su izquierda y la miraba a los ojos y sonreía como un amante bobo, prendado de la mujer más bella sobre la faz de la Tierra.
- Estefanía te ha cambiado. Te veo feliz y sonriente. Pero no te preocupes porque ésto nos sucede a todos. Es herencia de nuestros antepasados. Información recogida en el acervo génico del Homo Sapiens. Podría decirse que se trata de un fenómeno generalizable a toda la especie. Y al igual que tú, Estefanía también habrá modificado su comportamiento.
Antonio, renuente a aceptar la observación de Álvaro, negaba con la cabeza mientras sonreía, lo cual no hacía sino confirmar la tesis de éste.
El curso tocó a su fin, llegaron los exámenes y con ellos el estrés consecuencia de interminables horas de estudio, y los nervios y la tensión de ver su nombre en el tablón de información de la facultad entre los aprobados. En esas fechas se veían poco o no se veían, los teléfonos móviles yacían taciturnos sobre la cama del dormitorio, emitían una tímida lucecita pero permanecían callados, sin valor para interrumpir a su irascible amo absorto en sus pensamientos, memorizaciones y reflexiones. Comían poca cantidad de alimentos pero hacían muchas comidas al día, y el viejo balón de baloncesto cogía polvo olvidado en una esquina del salón. Y, por fin, todo acabó. Entonces, Antonio, planeó, antes de verse obligados a volver con sus familias al pueblo que los vio crecer para pasar el verano, disfrutar de un fin de semana en pareja, ellos dos solos, reservando habitación en el hotel más suntuoso de la ciudad. Inquirió a su gentil amigo que le recomendó el Hotel P., aunque, éste, le advirtió del menoscabo económico que sufrirían sus bolsillos si decidía continuar adelante y, ¿saben cómo respondió Antonio? Rió y le dijo:
- En este momento el dinero no es óbice. Sólo quiero disfrutar de nuestro amor.- pronunció estas palabras con irritante pompa.  
- Muy bien, allá tú espíritu decimonónico.- le espetó Álvaro con sarcasmo.
Cuando le expuso a Estefanía sus designios ella, experimentada en el campo de batalla del amor, pues tal y como le había confesado a Antonio había mantenido dos relaciones precedentes con idéntico final abrupto, declinó su proposición. En cambio, le invitó a su piso ese mismo fin de semana, un dúplex que compartía con otra compañera de clase que se marchaba esa misma tarde a su hogar paterno.

Antonio defendía la alternativa del hotel persuadido por la visión romántica y pueril de las películas de Holywood. Según su punto de vista el gran amor que experimentaba debía reflejarse en el mundo material sin perder un ápice de su inmenso cariño. Estefanía, contraria a su parecer, apoyada en sus experiencias amorosas anteriores, pensaba que bastaba la dilección que los dos amantes se profesaban para garantizar una relación plácida y dichosa. Siendo así, Antonio, joven inteligente y enemigo de discusiones ociosas, aceptó la invitación de Estefanía. Así que, besó con ternura los labios cálidos y húmedos de Fanny, profirió un tímido adiós en voz queda y se dirigió feliz a su piso. Antes pasó por la farmacia y compró una caja de preservativos. En el supermercado, donde compraba comida y bebidas para los próximos días, coincidió con Álvaro y una vez realizaron sus compras cruzaron la calle para sentarse en la terraza de un bar y despedir el curso presente brindando por unas merecidas vacaciones estivales.

No hay comentarios:

Publicar un comentario