- Es la primera vez que
ríes desde que te conozco.- manifestó Álvaro jocoso.
Aunque Antonio no se
consideraba una persona taciturna sus amigos no creían lo mismo y raramente lo
habían visto reírse a carcajadas. Cierto es que le encantaba bromear y hacer juegos
de palabras pero el tono cómo pronunciaba sus chanzas hacía dudar a sus
interlocutores sobre si se trataba de una broma o de un comentario de índole
dramática. Antonio se jactaba del uso excelso del sarcasmo y así justificaba
los malentendidos de sus compadres.
- ¿Lo dices en serio o te
estás quedando conmigo porque ya no sé qué creer?- le espetaban algunos de
ellos cuando conversaban.
No reía, de acuerdo, pero
tampoco cabría definir su actitud de huraña. Nada más lejos de la realidad.
Por esas fechas Antonio
conoció a una chica, era dos años mayor que él y estudiaba en la misma facultad
donde él cursaba sus estudios de antropología. Se enamoró perdidamente de ella
y, por fortuna, su amor extático fue correspondido, surgiendo entre ellos un
fuerte vínculo sentimental. Sonreír ahora resultaba tarea fácil. Se besaban y
reían o reían y se besaban. La risa formaba parte del ritual de cortejo y
después de eyacular, Antonio, se echaba sobre la cama extenuado, su espalda
húmeda empapando de sudor las suaves sábanas color añil, giraba la cabeza hacia
su izquierda y la miraba a los ojos y sonreía como un amante bobo, prendado de
la mujer más bella sobre la faz de la Tierra.
- Estefanía te ha cambiado.
Te veo feliz y sonriente. Pero no te preocupes porque ésto nos sucede a todos.
Es herencia de nuestros antepasados. Información recogida en el acervo génico
del Homo Sapiens. Podría decirse que
se trata de un fenómeno generalizable a toda la especie. Y al igual que tú, Estefanía
también habrá modificado su comportamiento.
Antonio, renuente a aceptar
la observación de Álvaro, negaba con la cabeza mientras sonreía, lo cual no
hacía sino confirmar la tesis de éste.
El curso tocó a su fin,
llegaron los exámenes y con ellos el estrés consecuencia de interminables horas
de estudio, y los nervios y la tensión de ver su nombre en el tablón de
información de la facultad entre los aprobados. En esas fechas se veían poco o
no se veían, los teléfonos móviles yacían taciturnos sobre la cama del
dormitorio, emitían una tímida lucecita pero permanecían callados, sin valor
para interrumpir a su irascible amo absorto en sus pensamientos, memorizaciones
y reflexiones. Comían poca cantidad de alimentos pero hacían muchas comidas al
día, y el viejo balón de baloncesto cogía polvo olvidado en una esquina del
salón. Y, por fin, todo acabó. Entonces, Antonio, planeó, antes de verse
obligados a volver con sus familias al pueblo que los vio crecer para pasar el
verano, disfrutar de un fin de semana en pareja, ellos dos solos, reservando
habitación en el hotel más suntuoso de la ciudad. Inquirió a su gentil amigo que
le recomendó el Hotel P., aunque, éste, le advirtió del menoscabo económico que
sufrirían sus bolsillos si decidía continuar adelante y, ¿saben cómo respondió
Antonio? Rió y le dijo:
- En este momento el dinero
no es óbice. Sólo quiero disfrutar de nuestro amor.- pronunció estas palabras
con irritante pompa.
- Muy bien, allá tú
espíritu decimonónico.- le espetó Álvaro con sarcasmo.
Cuando le expuso a
Estefanía sus designios ella, experimentada en el campo de batalla del amor,
pues tal y como le había confesado a Antonio había mantenido dos relaciones
precedentes con idéntico final abrupto, declinó su proposición. En cambio, le
invitó a su piso ese mismo fin de semana, un dúplex que compartía con otra
compañera de clase que se marchaba esa misma tarde a su hogar paterno.
Antonio defendía la
alternativa del hotel persuadido por la visión romántica y pueril de las
películas de Holywood. Según su punto de vista el gran amor que experimentaba
debía reflejarse en el mundo material sin perder un ápice de su inmenso cariño.
Estefanía, contraria a su parecer, apoyada en sus experiencias amorosas
anteriores, pensaba que bastaba la dilección que los dos amantes se profesaban
para garantizar una relación plácida y dichosa. Siendo así, Antonio, joven
inteligente y enemigo de discusiones ociosas, aceptó la invitación de
Estefanía. Así que, besó con ternura los labios cálidos y húmedos de Fanny,
profirió un tímido adiós en voz queda y se dirigió feliz a su piso. Antes pasó
por la farmacia y compró una caja de preservativos. En el supermercado, donde
compraba comida y bebidas para los próximos días, coincidió con Álvaro y una
vez realizaron sus compras cruzaron la calle para sentarse en la terraza de un
bar y despedir el curso presente brindando por unas merecidas vacaciones
estivales.
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